16.5.11

Al fondo, el mar

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Hay quien cree ciegamente en el poder simbólico de los nombres, en la capacidad de transformar algo según la forma en que lo bauticemos. De ello no sólo depende la fortuna que corra ese algo (y de esto saben mucho los técnicos del marketing publicitario), sino que queda impregnado de ciertas características que no tendría de llamarse de otro modo.

Los pueblos antiguos conocían esos poderes y aplicaban todo su corpus de creencias, mitos, leyendas y experiencia para elegir los nom bres de sus asentamientos, de sus hijos, de sus casas y de sus cosas.

En algún momento, un pueblo decidió llamar Cartago a su territorio norteafricano y en esta elección estaba marcando, queriéndolo o no, el futuro de otros lugares dispersos más allá de su mundo conocido y de su tiempo. 

Cartago evoca la gloria de un imperio e, indefectiblemente unido a él, el de su derrota por otro que llegó a ser más poderoso. Delenda est Cartago: y el conjuro hace pensar en el enemigo al que se teme, al que hay que poner la pierna encima (para que no levante cabeza), al que hay que domar porque se le sabe grande y temible aún en su derrota. Sobre las ruinas del perdedor se esparce sal para que su territorio se convierta en yermo y baldío.Pero los dátiles cartagineses ya habían echado raíces en otras orillas del Mediterráneo: el imperio cartaginés decidió separar una costilla de su capital y establecerla en tierras ibéricas naciendo, transformaciones lingüísticas mediante, la madre de todas las cartagenas. 

Cartagena, palmera y caballo, brilló con la fuerza de una bengala maravillosa, apagándose después, y dejando un olor a química y prodigio: en la fugacidad de ese sueño se escondía el mejor regalo para los tiempos que vinieron y vendrán, y tal vez su peor pesadilla. El puerto, a quien los de Cartago dieron nombre, fue testigo del encuentro de Cervantes con Mercurio en su viaje hacia el Parnaso,  preciado botín para piratas, corsarios y filibusteros, asilo para vírgenes y utopías en la tormenta, y patria de marinos que partieron en bajeles, carabelas, fragatas,  navíos, –submarinos incluso–, que llevaron el nombre, y con él destino y símbolo, por los blancos espacios de los mapas, por las rutas conocidas y las ignotas, desde Cuba a Filipinas y desde el cielo al infierno. Ser cartagenero es ser, a la vez, mediterráneo, caribeño, atlántico, de tierra adentro y  de mar lejano. Exige vivir al este del sur, o al norte del oeste, pero casi siempre alejado del centro: periférico. Cartagena es una estación término y un puerto que antes, siempre antes, fue glorioso y próspero. Todas las cartagenas y todas las cartagos arrastran en su diáspora el recuerdo de las batallas perdidas que pudieron cambiar la historia. La nostalgia es un rasgo primordial del ser cartagenero, como lo son el orgullo y el pesimismo, sentimiento trágico que tal vez sembró Dido, la fundadora legendaria de Cartago con su suicidio por amor. Sea un río, una quebrada, una hacienda, un villorrio, un desierto, una ciudad, Cartagena es una promesa y un recuerdo, un cruce entre lo que pudo ser y fue, de lo que podría ser y de lo que, sin embargo, será. 

Moisés Ruiz Cantero. Al fondo, el mar... Bocachica. Cartagena de Indias. 1994.

Hasta la Cartagena colombiana, la perla  más preciada, la semilla caída en el más fértil solar americano, se deja representar por los zapatos viejos con los que la comparara su poeta Luis Carlos López: “Noble rincón de mis abuelos. Nada como evocar cruzando callejuelas, los tiempos de la cruz y de la espada, del ahumado candil y las pajuelas, pues ya pasó ciudad amurallada, tu edad de folletín…Las carabelas se fueron para siempre de tu rada,  ya no viene el aceite en botijuelas. Fuiste heroica en tus años coloniales, cuando tus hijos águilas caudales, no eran una caterva de vencejos. Más hoy plena de rancio desaliño, bien puedes inspirar este cariño que uno le tiene a sus Zapatos Viejos.”

El paisaje agreste y asolado que Andersen describió y pintó Picasso, y el exuberante refugio colonial de García Márquez están unidos por un fino hilo conductor, uno de esas líneas indescifrables de las cartas de navegación. En su misma sonoridad las cartagenas y cartagos se unen, con diferentes colores y acentos, en la fuerza de un conjuro. Los lugares no eligen sus nombres pero están cosidos a él y a todos sus ecos. 

Si excavas un poco en cualquiera de las cartagenas del mundo, aparece el pasado milenario, alguno de los trozos de piel de buey con los que la reina fundadora marcó el perímetro que engendró un imperio y al fondo de la tumba de todo cartagenero –como reza en la lápida del poeta Huidobro en la Cartagena de Chile– se ve el mar.

Ángel Mateo Charris.
(Del libro-catálogo de la exposición: Al fondo, el mar. Cartagenas y Cartagos del Mundo. Julio 2002. Cartagena).






La dédicace a Baal´du Liban. CIS 1 Nº5.
Bronce fenicio del siglo VIII a. de C. Es el documento más antiguo en el que aparece el topónimo QART HADAST (Ciudad Nueva: Cartago). Fue encontrado en 1872 en el monte Sinoas, al norte de Amathous (Limassol, Chipre).


En 1990, Carmelo García y, sobre todo, Francisco Ruiz Navarro habían reunido una extensa documentación sobre el topónimo “Cartagena”. El Ayuntamiento, por entonces cantonal, decidió aprovecharla y convocó, en 1991, un “1º Congreso de las Cartagenas y Cartagos del Mundo” . Vinieron alcaldes y autoridades de una docena de ciudades y se celebraron reuniones, mesas redondas, cenas, etc.. A mí me encargaron el seguimiento fotográfico. La cosa pretendía tener continuidad cada tres o cuatro años y estaba previsto que Cartagena de Indias fuera la siguiente sede. Pero cambió el gobierno y se paró el asunto. No obstante, apoyándome en una de las conclusiones del congreso, preparé un proyecto fotográfico y de recogida de documentación con el objeto de realizar una exposición itinerante. Propuse a Juan Manuel Díaz Burgos realizarlo conjuntamente y empezó un largo periplo en busca de financiación. En 1994, gracias a una beca que nos concedió la Dirección General de Cultura (Juan Miguel Margalef), pudimos ponerlo en marcha. La nueva corporación municipal del PP nos asignó un pequeño presupuesto anual con el que llegamos hasta 2001 habiendo visitado unas 30 ciudades. El proyecto estaba más o menos a la mitad, pero andaba con bastantes dificultades, así que convinimos con Paco Martín en dedicar el año siguiente el Festival  La Mar de Músicas a las Cartagenas y Cartagos del mundo, y realizar las exposiciones. Así se hizo; de un verso de la tumba del poeta cartagenero-chileno Vicente Huidobro salió el nombre: Al fondo, el mar.

Fueron doce exposiciones que ocuparon todas las salas disponibles en Cartagena durante el verano de 2002, y que, para nuestra sorpresa, no tuvieron resonancia ni se les prestó apenas atención. Al año siguiente se expuso en Murcia una selección amplia. De la itinerancia por otras ciudades implicadas, a pesar del interés de José Luis Cegarra, tampoco ha habido nada hasta el momento. Se editó un libro-catálogo con muchas fotografías y textos que se agotó enseguida.

La mayor parte de las fotografías las realizamos en blanco y negro tratando de darle más importancia al paisanaje que al paisaje. Para otras imágenes empleamos diapositiva, y yo, además, llevé líquidos y papeles fotográficos con los que obtuve “huellas”, mediante cianotipia, papel salado y  cromosquedasia, de distintos elementos de los lugares que visitamos. También hice dibujos.

La recepción en las distintas Cartagenas y Cartagos, la mayoría pueblos  pequeños de difícil acceso, fue excepcional y determinante para realizar los reportajes. Hicimos muchos amigos y fue una experiencia única llena de anécdotas y pequeñas historias.El proyecto no está cerrado y sigo en él. Poco a poco voy llegando hasta nuevas ciudades y a las que no pude visitar entonces al “repartirnos” el trabajo para abarcar más. A lo mejor, alguna vez, se verá.




Fotografías: © Moisés Ruiz Cantero.

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